frío y lluvioso
del mes de abril,
con pájaros, con flores,
mientras corres sin rumbo
entre las hierbas húmedas,
sobre las piedras,
por el descampado,
sólo sopla en el aire
una efímera ráfaga. La luz
que yo pronuncio te ilumina. Digo
una palabra y brilla. (Es todo lo que tengo
para saber que es luz). En ella te disuelves
para surgir de nuevo a su estertor,
venir a mí, lamerme, acariciarme.
Tus grandes ojos me interrogan, son
como los míos, me devuelven
el gesto casi humano
de una mirada cómplice,
y no hay ya
muerte, ni angustia, ni dolor, tan sólo
el puro discurrir de la mañana.
Jenaro Talens, A mi perro Yeltsin
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