lunes, 24 de octubre de 2011

Al cole, II


Como empecé a contar ayer, el sábado Sirio y yo nos fuimos al cole muy ilusionados. Bueno, ilusionada iba yo, Sirio no tenía ni idea. Pero a él siempre le hace ilusión subir al coche.

Cuando llegamos a la explanada en cuestión, había otros seis perros con sus dueños, además del adiestrador. Luego apareció otra pareja perro-dueño más, o sea que al final fuimos ocho parejas de alumnos.

Lo primero que no me gustó es que no permitieran que los perros se saludasen. Estoy segura de que Sirio habría estado más relajado durante la sesión si antes hubiese podido olisquear un poco a sus compañeros desconocidos. Pero todos los dueños tuvimos que situarnos en fila, con el perro sentado al lado izquierdo. Sirio se sentó, aunque yo sabía que era imposible que aguantase quieto más de cinco segundos estando rodeado de perros. No hemos llegado tan lejos en la práctica del "sentado-quieto" con distracciones fuertes.

En cuanto se movió, el adiestrador se me acercó y me dijo que lo corrigiese. Yo lo que hice fue decirle "Sirio, quieto", pero el hombre negó con la cabeza, me pidió la correa y me enseñó cómo corregirlo. La cosa consistía en pegarle un tirón seco, con el collar casi a la altura de las orejas, para que se sentase. Al mismo tiempo, le empujaba la grupa con la mano.

Sirio volvió a sentarse, naturalmente. Eso ya sabe hacerlo él solito sin que le empujen. Pero estaba cada vez más nervioso y al momento se puso de pie. Entonces, el adiestrador se enfrentó a él mirándole fijo a los ojos y diciendo "No", al tiempo que levantaba el dedo índice. Mi perro puso los cuartos traseros en el suelo, pero no de la manera alegre y expectante en que lo hace habitualmente, sino con las orejas pegadas a la cabeza y el rabo entre las piernas. Tenía miedo, estaba claro.

El adiestrador me devolvió la correa y me dijo que tenía que hacerme respetar, que debía corregir al perro cada vez que no me obedeciese. Yo iba a replicar algo, pero no me dio ocasión. Para cuando abrí la boca, ya estaba caminando hacia el centro de la explanada con aire marcial y satisfecho, como si hubiese ganado una batalla o algo así.

Estuve a punto de marcharme, pero decidí no ser tan impulsiva y no dejarme llevar por la primera impresión. Ya que estábamos allí, igual podíamos aprender algo.

Soy de una generación en la que los chicos todavía hacían la mili obligatoria, así que a través de amigos, hermanos y novietes, sé perfectamente lo que es hacer la instrucción. Por eso me di cuenta enseguida de que lo que estábamos haciendo era eso, la instrucción. Todo era "de frente, media vuelta, izquierda, alto, etc.". Lo peor era que el adiestrador parecía estar más preocupado por que las filas estuviesen rectas que por los perros.

A la media hora, yo estaba harta y Sirio más. Se tiraba en el suelo y no quería saber nada de avanzar ni de dar vueltas al grito de "heel". Cuando el adiestrador se me acercó con aire reprobatorio, le dije que mi perro era muy joven y que estaba cansado. Entonces volvió a coger la correa y me demostró que el perro le seguía. Qué remedio, el pobre, medio ahogado.

En fin, que el perro salió de allí completamente estresado y yo también. Lo que pensaba que iba a ser entretenido y divertido, en realidad sólo sirvió para crearnos tensión.

Nos metimos en el coche y Sirio se acurrucó en asiento de atrás hecho un ovillo. Lo acaricié y tiré directamente hacia la playa. Allí estuvimos un rato jugando y corriendo los dos, felices, liberados. Sirio me miraba alegre, con la lengua fuera. Otra vez era mi perro, despreocupado y juguetón. Parecía decirme: "Ufff, colega, por fin nos hemos deshecho del sargento ese". Y tenía toda la razón.

No tengo cualificación para valorar el trabajo de un profesional, así que no lo haré. Seguramente hay que ser muy estricto para entrenar perros policía o de rescate. Es posible que ese tipo de adiestramiento sea más fiable y apropiado para perros duros o agresivos.

Lo que sí tengo claro es que mi perro es un animal de compañía y no hace falta que aprenda a base de asustarlo. Sirio tiene buen carácter, es noble, confiado y amistoso con todo el mundo. Lo último que quiero es que cambie, que se vuelva miedoso y suspicaz.

También sé que es muy inquieto y que no le vendría mal un poco de autocontrol, pero creo que se le puede enseñar obediencia con métodos más amables y disfrutando del adiestramiento. Eso va mejor con mi estilo y con el tipo de relación que quiero tener con mi perro.
 

domingo, 23 de octubre de 2011

Al cole, I

Hay días que no tenemos tiempo de dar un paseo largo con Sirio. Esos días, cuando salgo a hacer algún recado, lo llevo conmigo en el coche y a la vuelta paro en un lugar cercano a casa. Es un camino entre pinos que lleva a una ermita. Como casi nunca hay nadie, puedo soltarlo para que corra un poco. Suele aparecer alguna ardilla o algún pájaro que perseguir, además de un montón de olores interesantes.

La semana pasada, encontramos allí a una mujer con una perrita de unos dos años. Estaban jugando a la pelota y Sirio –no faltaba más- salió como un cohete hacia ellas. Cuando llegó, la perrita estaba sentada junto a su dueña y no se movía, a pesar de que Sirio no paraba de mover el rabo y agachar la parte delantera el cuerpo, con esa postura de "¿quieres jugar?" que todos conocemos.

La mujer dijo "heel" en tono seco y la perrita se pegó como un velcro a su pierna izquierda. Vino hacia mí y se paró a charlar conmigo. En su mal español, me dijo que su perra se llamaba Willie y me preguntó por el mío. Todo el tiempo, Sirio estuvo dando vueltas a nuestro alrededor e intentando jugar con Willie. Ella lo miraba, pero no se movió un milímetro de su posición de sentada, perfectamente cuadrada y paralela a la dirección de los pies de su dueña.

La felicité, en mi mal inglés, por lo bien adiestrada que estaba. Entonces me contó que en el pueblo vivía un jubilado británico que había sido entrenador de perros policía en Inglaterra. Daba clases de obediencia los sábados junto al pabellón de deportes. Al parecer, Willie había pasado el nivel 1 y estaba aprendiendo el nivel 2. No pude evitar preguntarme, después de ver ese comportamiento casi robótico, qué diablos le enseñarían cuando llegase al nivel 4.

Me marché a casa impresionada. Yo creía que tenía a mi perro bastante bien educado, teniendo en cuenta su juventud y su carácter extremadamente inquieto. Pero después de aquella exibición, empecé a fantasear con Sirio obedeciendo siempre a la primera, quedándose quieto durante un minuto seguido, andando a mi lado sin dar tirones de la correa cada vez que pasa una hoja que mueve el viento.... En fin, un sueño.

Vivimos en un pueblo pequeño, así que no hay mucha oferta de clases de adiestramiento. Más bien, ninguna. Tampoco nos podemos permitir un adiestrador particular. O sea, que el inglés ex policía era la única posibilidad. Decidí ir un sábado a probar.

Pensé que Sirio disfrutaría reuniéndose con otros perros y aprendiendo cosas nuevas. Sería divertido también para mí. Mejoraríamos mucho con la orientación de un profesional. Al fin y al cabo, soy una amateur autodidacta, con un solo perro de experiencia. Cualquier consejo me vendría estupendamente.

Así que el sábado me levanté ilusionada y le dije a Sirio que nos íbamos al cole. ¿Que cómo nos fue? En la próxima entrada lo cuento.

martes, 18 de octubre de 2011

Señales de calma

En El lenguaje de los perros: las señales de calma, libro breve y fascinante, Turid Rugaas ofrece un catálogo de gestos que el perro utiliza para comunicarse, tanto con otros perros como con nosotros. Es fruto de años de observación y de análisis por parte de esta adiestradora y escritora noruega, que demuestra en todos sus trabajos una capacidad y una sensibilidad realmente especiales.

Leerlo constituye una invitación a mirar a los perros, el tuyo y los demás, de otra manera, a intentar interpretar qué quiere decir cuando da un rodeo, cuando olisquea el suelo o cuando desvía la mirada. Es increíble la cantidad de mensajes que puedes traducir si conoces el idioma.

Un ejemplo: el bostezo. Dice Rugaas:
"El perro puede bostezar cuando alguien se inclina sobre él, cuando tu voz suena enfadada, cuando hay gritos y discusiones en la familia, cuando está en el veterinario, cuando alguien camina directamente hacia él, [...] cuando las sesiones de adiestramiento se prolongan demasiado y el perro se cansa, cuando le has dicho que no por algo que no te gusta que haga... y en muchas otras situaciones".
Cuando regaño a Sirio porque se está portando mal, él siempre bosteza. A mí me parecía una especie de burla, como si un niño al que su padre o su maestra le están regañando, se pusiese a bostezar. Después de leer a Rugaas, me di cuenta de que Sirio bostezaba porque sabía que estaba enfadada e intentaba calmarme. Me estaba diciendo: "tranquila, por favor, no te pongas así".

Pero lo mejor es que conocer el idioma no sirve sólo para entender. ¿Por qué no intentar también comunicarnos con ellos? Yo lo hice con el bostezo y funcionó.

Sirio no ladra casi nunca, salvo cuando nos ve alejarnos y no puede seguirnos porque se ha quedado dentro de casa o en el coche. Ladra un poco y, cuando nos pierde de vista, se calla.

Sin embargo, si hay algún ruido desacostumbrado en la calle o si oye a otro perro, tiene la costumbre de salir a la terraza y ladrar. No me gusta que lo haga porque puede molestar a los vecinos, sobre todo si es de noche. Así que, cuando lo oigo, lo llamo y le bostezo en la cara. Un gran bostezo, sacando bien la lengua. Le estoy diciendo: "no te preocupes, todo va bien". Mano de santo. Deja de ladrar y se va tan tranquilo a su sitio.

Hay muchas más señales, además del bostezo. Vale la pena leer el libro y empezar a practicar idiomas.


La cita de Rugaas la he copiado de la traducción que C. Rojas ha publicado en la web 
de la FAPA, tomando como fuente un resumen que está en la propia página de Rugaas.

lunes, 17 de octubre de 2011

Cumpleaños

Hoy Sirio cumple un año. Bueno, un año aproximadamente. Ya he contado aquí cómo nos encontramos y cómo se calculó su fecha de nacimiento. El caso es que en su pasaporte perruno dice 17 de octubre de 2010, así que hoy es su cumpleaños.

Lo hemos celebrado con un largo paseo por la playa esta mañana. A la hora de comer, le mezclaré con el pienso una latita de atún, que es lo que más le gusta del mundo. Él no sabrá que es por su cumpleaños, pero nosotros sí.

Es costumbre, en fechas señaladas, hacer balance. Y en nuestro caso, el balance es francamente positivo. Es verdad que criar un cachorro acarrea un montón de problemas y de preocupaciones, que a veces se pone muy pesado o desobediente, que da trabajo y gastos. Pero, a pesar de todo, ya no sabríamos vivir sin que nos despertase por la mañana, sin su presencia diaria, sin la alegría con que nos recibe al volver a casa.

Hay gente que dice que quiere a su perro como a un hijo. Yo nunca lo diría, creo que son amores distintos. Por eso me alegro de haber tenido la oportunidad de experimentar una clase de vínculo que no conocía y que es tan satisfactorio y tan enriquecedor.

Sirio no es mi hijo, ni mi hermano, ni mi amigo. Sirio es mi perro. Y eso es tan hermoso en sí mismo que no necesito que sea ninguna otra cosa.

Pues eso, que feliz cumpleaños, colega.

sábado, 15 de octubre de 2011

Esterilización, II

Quien haya leído la primera entrada sobre esterilización, conoce cuáles fueron los argumentos y las razones que pesaron en mi balanza a la hora de decidir. También puede imaginar que me incliné claramente a favor de la esterilización.

Todo ese proceso previo es, en mi opinión, necesario. Si uno aspira a ser persona ética, tiene que tener en cuenta no solamente lo que hace, sino también por qué lo hace.

Creo que a una decisión importante hay que darle todas las vueltas del mundo antes de tomarla. Después, una vez decidido, ni una vuelta más, sería inútil y contraproducente. ¿Te has informado, lo has pensado y has decidido valorando todos los factores? Entonces, adelante. Es el momento de dejar de pensar y de ponerse a actuar.

En mi caso, actuar significaba en primer lugar convencer a Marco. La mayoría de los hombres, al menos de los que conozco, tienen un rechazo atávico a la idea de "castración". Cuando se menciona, la expresión de su cara se parece a la de alguien que está oyendo el chirrido de la tiza contra una pizarra. Supongo que, en esa actitud, influye el gran valor que ellos dan a eso llamado hombría. También influye que las mujeres estamos más acostumbradas a ocuparnos del control de la natalidad, por la cuenta que nos tiene.

Marco es un hombre inteligente, culto y ético. Estaba segura de que, si le exponía mis argumentos, me daría la razón. Sin embargo, yo necesitaba algo más. Necesitaba que estuviese de acuerdo también emocionalmente, que esterilizar a Sirio fuese una decisión de los dos. Hasta tal punto me parecía importante que le dije: "si tú no quieres, no se hace". No era eludir mi responsibilidad, era darle el derecho de veto que le correspondía. Al fin y al cabo, es nuestro perro, suyo y mío.

Como esperaba, Marco estuvo de acuerdo. Ahora venía la segunda parte, el ponerlo en práctica. Consulté a la veterinaria para que me dijese cuándo era el momento oportuno y me dijo que lo mejor era intervenirlo con ocho o nueve meses, cuando Sirio hubiese alcanzado el tamaño que tendría de adulto.

Concertamos una fecha. A las diez de la mañana dejé al perro en la clínica. Le pusieron una inyección y en un momento se quedó como atontado. Se lo llevaron dentro y ni siquiera lloriqueó.

Me marché preocupada, claro. No me gustaba la idea de que Sirio estuviese sufriendo, pero la verdad es que no se enteró de nada. A las doce me llamó la veterinaria para decirme que todo había ido bien y que podía recogerlo dentro de una hora. A la una estábamos allí Marco y yo, puntuales como relojes. Se me cayó el alma a los pies cuando vi al animalito agachado, intentando andar hacia mí. Lo cogimos en brazos y lo llevamos al coche.

Toda la tarde estuvo adormilado y la noche la pasó tranquilo. Lo peor fue la mañana del día siguiente. Quería andar y no podía, sólo arrastraba los cuartos traseros por el suelo. Me miraba y gemía. Yo veía en esos ojos quejas que no estaban allí, reproches que no podía hacerme porque él no sabía que su incomodidad era consecuencia de mi decisión. Pero yo sí lo sabía. En esos momentos, tengo que confesar que me arrepentí, me sentía fatal por haberle hecho daño.

Sin embargo, a partir de la hora de comer, volvió a ser el perro feliz y travieso de siempre. Recuerdo muy bien la alegría que me dio verlo subir corriendo las escaleras, con la pelota en la boca y moviendo el rabo.

Dicen que los perros cambian de carácter, que se vuelven más tranquilos y que engordan. Nada de eso le ha pasado a Sirio. Es el mismo loco de antes y no ha ganado ni un gramo. Quizá está algo más fuerte, pero eso es de la edad.

Así que, después de pasada la experiencia, tengo que decir que ha sido una buena decisión. Aparte del mal rato, breve, del postoperatorio, todo ha ido de maravilla. Y tengo la tranquilidad de que le hemos dado una vida mejor a nuestro perro y de que hemos actuado como dueños responsables.

Piénsalo. Piénsalo bien.Y después de pensarlo, actúa.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Durmiendo con tu enemigo

Leo, a través de un tweet de Fátima Tavares, una entrevista que publica Noticias 24 sobre los peligros de dormir con tu perro o de dejar que te lama la cara. Como a Fátima, me parece una exageración.

Por supuesto, yo nunca dejaría que me lamiese la cara un perro desconocido, sin saber si está limpio y sano. Pero eso no tiene nada que ver con los perros que viven en nuestra casa, a los que bañamos, cepillamos, alimentamos bien, desparasitamos y vacunamos.

Sin embargo, resulta que los que dan esos consejos en la entrevista, al parecer, son veterinarios. Y como no soy tan atrevida como para llevar la contraria a un especialista en su propio campo, me he puesto a buscar información.

Según un informe elaborado por profesores de zoonosis de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de California y publicado en la revista norteamericana Emerging Infectious Diseases, entre las infecciones transmitidas a las personas por dormir con su perro o su gato, por besarlos o por recibir lametones, se encuentran el anquilosotoma, la tiña, los nemátodos, la enfermedad del arañazo de gato y las infecciones por estafilococo resistentes a los medicamentos.

Pero el propio doctor Bruno Chomel, uno de los autores del estudio, reconoce que el riesgo es bajo. El número de casos es muy pequeño, teniendo en cuenta la gran cantidad de personas que duermen con sus mascotas, más de la mitad de los propietarios en Estados Unidos.

Por otra parte, según el doctor Peter Rabonowitz, de la Facultad de Medicina de Yale, los beneficios para la salud de tener una mascota superan de lejos a los riesgos. Las investigaciones han demostrado que, además de ofrecer apoyo psicológico y amistad, las mascotas ayudan a reducir la presión arterial, incrementan la actividad física, reducen el estrés y mejoran el estado de ánimo, entre otras cosas.

Señala Rabonowitz que las personas cuyo sistema inmunitario está debilitado (enfermos de SIDA o cáncer, ancianos, niños pequeños...) corren un riesgo mayor de adquirir una infección de un animal. También hay mascotas que pueden transmitir enfermedades con más facilidad, como cachorros o perros que tengan diarrea.

Recomienda hábitos higiénicos saludables, como lavarse las manos después de jugar con mascotas y antes de tocar comida. También es importante mantener a las mascotas libres de pulgas, garrapatas y gusanos, así como llevar el control veterinario adecuado.

Nosotros no dormimos en la cama con Sirio, él tiene su propia colchoneta en nuestra habitación. Pero como yo madrugo más que Marco, saco a Sirio a orinar a primera hora. Cuando vuelve a casa, se sube a la cama y se vuelve a domir con su dueño hasta que se levanta. A los dos les gusta y no veo por qué no van a poder hacerlo.

También es un placer para mí, cuando me tumbo a leer, tener a Sirio echado a mi lado, al alcance de la mano. No me gustaría renunciar a esos ratos. Yo creo que cualquier opción es buena, siempre que tú tengas el control, es decir, siempre que se baje de la cama cuando le digas "baja".

Y si te preocupan las teorías sobre los machos alfa y temes que el perro se vuelva dominante, te recomiendo este estupendo artículo de Rodrigo Trigosso, Durmiendo con el enemigo. De él tomo el título de esta entrada.

En definitiva, puede que haya algún riesgo, pero al final cada uno debe valorar si le compensa comparado con los beneficios. Incluso dormir con tu pareja puede ser arriesgado. Quien no lo crea, tiene referencias a un estudio al respecto aquí.

Y es que, como todos sabemos, vivir mata.

lunes, 10 de octubre de 2011

Esterilización I

Había que tomar una decisión. No era urgente, pero sí importante. Pasé varios meses leyendo toda información disponible sobre la esterilización de perros. Me preocupaban poco los aspectos prácticos y mucho las cuestiones éticas. Al fin y al cabo, por más eufemismos que se utilicen, el hecho es que estamos hablando de mutilar a un animal. Hay que tener buenas razones para hacerlo.

Está claro que un perro no es una persona. Ni va a echar de menos sus órganos reproductivos, ni se va a sentir disminuido por no tenerlos, ni va a pasar vergüenza ante sus congéneres. Todo eso son cosas humanas. Él, sencillamente, no se va a enterar.

Sin embargo, yo sí soy una persona. Y como persona, tengo criterios morales, prejuicios, raciocinio y muchas otras cosas que mi perro, no sé si por suerte o por desgracia, no tiene. Por eso soy responsable del animal y por eso debo decidir. Y también por eso me irrita bastante la gente que, cuando sale el tema, te suelta eso de "¿le has preguntado a él?", con una sonrisita.

No puedo preguntarle a él, ojalá fuera posible delegar una parte de la responsabilidad. Pero es toda mía. Me toca a mí estudiar la cuestión y actuar de la mejor manera posible.

Por supuesto, el argumento de que siempre se ha castrado a los animales domésticos ni siquiera lo considero. Sería muy largo exponer todas las barbaridades o tonterías que se justifican a base de tradición y de sabiduría popular. Seguro que a todo el mundo se le ocurren unas cuantas.

Tampoco me vale eso de que le evitas el riesgo de cáncer de testículos (o de ovarios y útero, si es hembra). Eso es como si yo me extirpo el apéndice sano para evitar el riesgo de apendicitis.

Ni siquiera es un argumento válido para mí que el perro se escapa menos, marca menos y se vuelve más tranquilo. Me niego a intentar cambiar el carácter de mi perro a base de cirugía. Si a alguien le molesta que un perro haga cosas de perro, es mejor que se compre uno de peluche. Por supuesto, si tiene problemas de agresividad ligada al sexo, puede ser una solución, pero este no es el caso.

Sólo encuentro dos motivos legítimos, uno que afecta directamente al perro y otro que se refiere a nuestra responsabilidad como dueños.

El primero es que el perro sufre cuando hay una perra en celo cerca y no puede salir a buscarla. Sufre mucho. Llora, se pone nervioso y deja de comer. Si no vas a dejarlo ir, es mejor que le evites esa ansiedad.

El segundo es la cantidad de cachorros no deseados que se abandonan en todas partes. De hecho, Sirio era uno de ellos cuando lo recogimos y probablemente, si no se hubiese cruzado en nuestro camino, ya lo habrían sacrificado. Nuestra obligación como humanos es evitarlo en la medida de lo posible. Más todavía en nuestro caso, con un perro sin raza cuyos hijos tendrían muy difícil encontrar quien los adoptase.

Por otra parte, está el hecho de que la mayoría de veterinarios y de personas que trabajan con animales lo recomiendan. Mucha gente me ha dicho que los veterinarios lo hacen para ganar dinero, pero yo no lo creo. Puede que alguno haya, como en todas las profesiones, que se salte la ética a su conveniencia, pero en ningún caso será la mayoría.

En resumen, la balanza ha quedado así:

Argumentos a favor:
- Bienestar del perro, ya que no vamos a cruzarlo.
- Responsabilidad ante la proliferación de camadas no deseadas.
- Recomendación general de veterinarios.

Argumentos en contra:
- Es una amputación y, por tanto, afecta a la integridad física del perro.

Estas fueron mis conclusiones. Seguiré en otra entrada, que esta ha quedado muy larga.