viernes, 7 de octubre de 2011

Pipís y popós, II

Es muy útil entender la manera en que el perro aprende dónde orinar y dónde no. El problema viene cuando nos ponemos a aplicarlo en la práctica.

Lo ideal es estar preparado cuando el cachorro llegue, tener previsto el plan que vamos a seguir y dejar las cosas claras desde el principio. Y para eso son muy recomendables las indicaciones de Ian Dunbar en Un cachorro en casa. Él utiliza la jaula o transportín para controlar los intentos, de manera que el perro tenga éxito la mayoría de las veces y se equivoque lo menos posible. No tengo experiencia en el uso de esa técnica, pero seguro que funciona muy bien.

El caso es que nuestra situación no fue la ideal. Sirio llegó a casa inesperadamente, como he contado aquí y aquí, así que hubo que improvisar. En el utilísimo blog Perros Beagle, Adfer indica la frecuencia con que un perro tiene que hacer sus necesidades, según su edad:
Hasta 8 semanas: 12 salidas
De 8 a 14 semanas: 10 salidas
De 14 a 22 semanas: 8 salidas
De 22 a 32 semanas: 6 salidas
Edad adulta: 4 salidas
Yo creía que, cuando el perro fuese adulto, con sacarlo un par de veces sería suficiente. Conozco perros que aguantan doce horas sin problemas aparentes. Claro que, pensándolo bien, a mí no me gustaría tener que apurar mis posibilidades de aguantar hasta el límite. Supongo que, si me obligasen, podría sobrevivir con tres veces al día, pero sería un suplicio. Y como no quiero hacer pasar esos suplicios a Sirio sin necesidad, ahora que ya tiene casi un año, lo saco cuatro veces al día. Si coincide con el paseo, estupendo. Si no, lo bajo a la calle cinco o diez minutos cuando toca.

Sin embargo, con tres meses que tenía cuando lo recogimos, necesitaba orinar unas ocho veces al día y no veíamos la manera de sacarlo tanto. Ahí cometimos el primer error: dejarle evacuar en la terraza. Enseguida aprendió la diferencia entre "casa" y "terraza". Cuanto tenía ganas, salía. Todo perfecto. Pero no contábamos con el latazo de tener que estar constantemente limpiando la terraza con la manguera. A las dos semanas estábamos hartos. La conclusión fue que era más sencillo bajarlo ocho veces a la calle que mantener limpia la terraza.

Y ahí vino el problema, al cambiar las normas. Donde antes era "casa no, terraza sí, calle sí", ahora era "casa no, terraza no, calle sí". Sirio estaba hecho un lío, no entendía nada. Todavía hoy me gustaría poder pedirle perdón por haber sido tan poco coherente.

Aun así, aprendió. Es increible lo flexible que puede ser un perro. Casi sin darnos cuenta, los errores se redujeron al mínimo, hasta desaparecer del todo. A los cinco meses, tenía uno o dos "accidentes" a la semana. Ahora, con once meses, aguanta lo que le echen. Y el pobre, un par de días que estuvo con diarrea, salía a la terraza por la noche para no despertarnos y no hacérselo dentro de casa. ¿Alguien puede creerse que me daba ternura ver las plastas por la mañana? Limpiarlas no tanto, claro.

No todo el mundo tiene la misma disponibilidad de tiempo, naturalmente. Pero, en la medida de lo posible, creo que debemos tener claro desde el principio dónde queremos que el perro haga sus necesidades y enseñárselo, sin hacer cambios más tarde. Es posible variar los criterios y él lo aprenderá, pero el proceso será más lento y difícil.

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