lunes, 10 de octubre de 2011

Esterilización I

Había que tomar una decisión. No era urgente, pero sí importante. Pasé varios meses leyendo toda información disponible sobre la esterilización de perros. Me preocupaban poco los aspectos prácticos y mucho las cuestiones éticas. Al fin y al cabo, por más eufemismos que se utilicen, el hecho es que estamos hablando de mutilar a un animal. Hay que tener buenas razones para hacerlo.

Está claro que un perro no es una persona. Ni va a echar de menos sus órganos reproductivos, ni se va a sentir disminuido por no tenerlos, ni va a pasar vergüenza ante sus congéneres. Todo eso son cosas humanas. Él, sencillamente, no se va a enterar.

Sin embargo, yo sí soy una persona. Y como persona, tengo criterios morales, prejuicios, raciocinio y muchas otras cosas que mi perro, no sé si por suerte o por desgracia, no tiene. Por eso soy responsable del animal y por eso debo decidir. Y también por eso me irrita bastante la gente que, cuando sale el tema, te suelta eso de "¿le has preguntado a él?", con una sonrisita.

No puedo preguntarle a él, ojalá fuera posible delegar una parte de la responsabilidad. Pero es toda mía. Me toca a mí estudiar la cuestión y actuar de la mejor manera posible.

Por supuesto, el argumento de que siempre se ha castrado a los animales domésticos ni siquiera lo considero. Sería muy largo exponer todas las barbaridades o tonterías que se justifican a base de tradición y de sabiduría popular. Seguro que a todo el mundo se le ocurren unas cuantas.

Tampoco me vale eso de que le evitas el riesgo de cáncer de testículos (o de ovarios y útero, si es hembra). Eso es como si yo me extirpo el apéndice sano para evitar el riesgo de apendicitis.

Ni siquiera es un argumento válido para mí que el perro se escapa menos, marca menos y se vuelve más tranquilo. Me niego a intentar cambiar el carácter de mi perro a base de cirugía. Si a alguien le molesta que un perro haga cosas de perro, es mejor que se compre uno de peluche. Por supuesto, si tiene problemas de agresividad ligada al sexo, puede ser una solución, pero este no es el caso.

Sólo encuentro dos motivos legítimos, uno que afecta directamente al perro y otro que se refiere a nuestra responsabilidad como dueños.

El primero es que el perro sufre cuando hay una perra en celo cerca y no puede salir a buscarla. Sufre mucho. Llora, se pone nervioso y deja de comer. Si no vas a dejarlo ir, es mejor que le evites esa ansiedad.

El segundo es la cantidad de cachorros no deseados que se abandonan en todas partes. De hecho, Sirio era uno de ellos cuando lo recogimos y probablemente, si no se hubiese cruzado en nuestro camino, ya lo habrían sacrificado. Nuestra obligación como humanos es evitarlo en la medida de lo posible. Más todavía en nuestro caso, con un perro sin raza cuyos hijos tendrían muy difícil encontrar quien los adoptase.

Por otra parte, está el hecho de que la mayoría de veterinarios y de personas que trabajan con animales lo recomiendan. Mucha gente me ha dicho que los veterinarios lo hacen para ganar dinero, pero yo no lo creo. Puede que alguno haya, como en todas las profesiones, que se salte la ética a su conveniencia, pero en ningún caso será la mayoría.

En resumen, la balanza ha quedado así:

Argumentos a favor:
- Bienestar del perro, ya que no vamos a cruzarlo.
- Responsabilidad ante la proliferación de camadas no deseadas.
- Recomendación general de veterinarios.

Argumentos en contra:
- Es una amputación y, por tanto, afecta a la integridad física del perro.

Estas fueron mis conclusiones. Seguiré en otra entrada, que esta ha quedado muy larga.


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