domingo, 23 de octubre de 2011

Al cole, I

Hay días que no tenemos tiempo de dar un paseo largo con Sirio. Esos días, cuando salgo a hacer algún recado, lo llevo conmigo en el coche y a la vuelta paro en un lugar cercano a casa. Es un camino entre pinos que lleva a una ermita. Como casi nunca hay nadie, puedo soltarlo para que corra un poco. Suele aparecer alguna ardilla o algún pájaro que perseguir, además de un montón de olores interesantes.

La semana pasada, encontramos allí a una mujer con una perrita de unos dos años. Estaban jugando a la pelota y Sirio –no faltaba más- salió como un cohete hacia ellas. Cuando llegó, la perrita estaba sentada junto a su dueña y no se movía, a pesar de que Sirio no paraba de mover el rabo y agachar la parte delantera el cuerpo, con esa postura de "¿quieres jugar?" que todos conocemos.

La mujer dijo "heel" en tono seco y la perrita se pegó como un velcro a su pierna izquierda. Vino hacia mí y se paró a charlar conmigo. En su mal español, me dijo que su perra se llamaba Willie y me preguntó por el mío. Todo el tiempo, Sirio estuvo dando vueltas a nuestro alrededor e intentando jugar con Willie. Ella lo miraba, pero no se movió un milímetro de su posición de sentada, perfectamente cuadrada y paralela a la dirección de los pies de su dueña.

La felicité, en mi mal inglés, por lo bien adiestrada que estaba. Entonces me contó que en el pueblo vivía un jubilado británico que había sido entrenador de perros policía en Inglaterra. Daba clases de obediencia los sábados junto al pabellón de deportes. Al parecer, Willie había pasado el nivel 1 y estaba aprendiendo el nivel 2. No pude evitar preguntarme, después de ver ese comportamiento casi robótico, qué diablos le enseñarían cuando llegase al nivel 4.

Me marché a casa impresionada. Yo creía que tenía a mi perro bastante bien educado, teniendo en cuenta su juventud y su carácter extremadamente inquieto. Pero después de aquella exibición, empecé a fantasear con Sirio obedeciendo siempre a la primera, quedándose quieto durante un minuto seguido, andando a mi lado sin dar tirones de la correa cada vez que pasa una hoja que mueve el viento.... En fin, un sueño.

Vivimos en un pueblo pequeño, así que no hay mucha oferta de clases de adiestramiento. Más bien, ninguna. Tampoco nos podemos permitir un adiestrador particular. O sea, que el inglés ex policía era la única posibilidad. Decidí ir un sábado a probar.

Pensé que Sirio disfrutaría reuniéndose con otros perros y aprendiendo cosas nuevas. Sería divertido también para mí. Mejoraríamos mucho con la orientación de un profesional. Al fin y al cabo, soy una amateur autodidacta, con un solo perro de experiencia. Cualquier consejo me vendría estupendamente.

Así que el sábado me levanté ilusionada y le dije a Sirio que nos íbamos al cole. ¿Que cómo nos fue? En la próxima entrada lo cuento.

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